Articulo 3
Luis Pastrán
Educación Diferencial 2010
7 sugerencias para mejorar los
aprendizajes escolares desde el hogar y la escuela
Luis Navarro
Realidad educacional
Apuntes y opinión sobre
política educativa y gestión escolar
La
relación entre familia y escuela ocurre en el encuentro de los mundos donde el
niño-estudiante se desarrolla. Es una relación sobre dos columnas: el
rendimiento y la conducta. Y la escuela le pide a la familia que se preocupe de
lo que desde el hogar se puede hacer para que el rendimiento escolar y la
conducta de los hijos sea compatible con lo que la escuela espera y considera
correcto para los procesos de enseñanza y aprendizaje.
La
disciplina es casi siempre el punto de partida de la relación pedagógica de
profesores y alumnos en el aula: sin un respeto mínimo al orden escolar y sin
una figura de autoridad clara, la posibilidad de enseñar y generar aprendizajes
se hace menos probable. Por tanto, un contenido indispensable de la relación
“familia-escuela” es el significado de la disciplina en el hogar y la escuela.
Cuando los estudiantes presentan buenos resultados, las demandas cotidianas
hacia la familia se limitan a la asistencia a reuniones, el pago de cuotas y el
control y apoyo en el hogar. Cuando los niños muestran una conducta difícil o
su rendimiento es bajo, entonces la escuela demanda una mayor presencia para
aconsejar primero y luego advertir de las consecuencias que puede tener este
desempeño escolar no deseado.
Cuatro recomendaciones
para una familia interesada en que sus hijos aprendan en la escuela
Para
una relación “familia-escuela” exitosa es necesario que ambos tengan muy claro
lo que pueden hacer en sus propios ámbitos. Sin una distinción clara del campo
de la escuela y la familia, no es posible que trabajen cooperativamente.
Dicho de otro modo, cuando el niño percibe con claridad qué es lo que
puede esperar de la familia, sabrá también qué es lo que la familia espera de
él como estudiante. Y lo mismo se puede decir de la escuela. Con excepción de
algunas situaciones muy especiales, es un gran error que la escuela se haga
cargo de las tareas propias del hogar y la familia.
El
principal aporte que la familia puede hacer al aprendizaje de sus niños en la
escuela, no tiene como lugar la escuela, sino el hogar. Su aporte vital es constituirse
en una familia “fuerte” en el hogar. Es decir:
a) Mostrar
“buenos ejemplos adultos” que señalen a los niños la importancia del esfuerzo y
la responsabilidad en las tareas; en la convivencia y en la forma de resolver
conflictos y en la participación en las tareas del hogar: en la familia actual,
los adultos deben competir con las figuras de los medios de comunicación y con
la influencia de los compañeros, cuando se trata de mostrar modelos de vida
buena. El necesario protagonismo de los adultos en este proceso, debe ser
recuperado en el día a día, en la crianza; allí se proporciona a los niños, los
modelos de rol (maneras de vivir y comportarse), convivencia y valores. Lo que
es aceptable al interior de la familia tiende a servir de criterio inicial para
legitimar o no lo que acontece fuera de ella (por ejemplo, el uso de castigos
físicos, el mentir cuando no se alcanzó a terminar una tarea, etc.).
b) Construir
marcos estables de relación intra-familia: de modo complementario, la existencia
de marcos estables y eficientes de relación intrafamiliar orienta al niño en la
configuración de su subjetividad. La buena crianza necesita de figuras de
autoridad y normas que regulen los comportamientos, premien las buenas
acciones, discutan y sancionen las faltas. El niño necesita un andamiaje moral
y emocional que, a la vez, es cognitivo porque todo saber implica una posición
ante el mundo y los demás. Este andamiaje debiera orientar las relaciones del
niño dentro y fuera de la familia, pero eso es dificultoso cuando las figuras
de autoridad son difusas y cuando las normas varían constantemente. Por lo
mismo, la “democratización” de la familia, cuando se confunde con ausencia de
autoridad y normas de convivencia, resulta nociva. Es obvio que adultos y niños
conviven en un espacio de relaciones asimétricas; más aun, el niño espera que
los adultos se comporten de manera distinta e ilustrativa para él.
c) Definir,
respetar y cuidar rutinas importantes al interior del hogar: la definición de
espacios y tiempos para el estudio, la participación sistemática en las labores
del hogar y la clarificación de las condiciones en que el juego y el ocio se
practican, son importantes para el desempeño escolar. Los niños de buena
conducta y rendimiento en la escuela, generalmente tienen madres que han
establecido rutinas y reglas que enmarcan el comportamiento del niño dentro y
fuera del hogar. Esas madres conocen a los amigos cercanos, preguntan y/o saben
dónde van los niños cuando no están en casa, controlan la hora de llegada de la
escuela y cuando salen fuera, están atentas a lo que les ocurre en la escuela,
los apoyan en las tareas en el hogar, se fijan en los programas de televisión
que ven sus hijos y comparten con ellos durante el día, en lo posible durante el
almuerzo o la cena.
d) Insistir
permanentemente en la importancia de la experiencia escolar; en trabajar duro y
saber esperar por los resultados de este trabajo en el futuro de los hijos: en
barrios de pobreza y situaciones de riesgo, la experiencia escolar tiene un
valor presente que suele ser muy valorado y hasta suficiente para las familias
y niños. La posibilidad de contar con un espacio seguro para los niños, donde
además de aprender, juegan y se alimentan, es parte de la justificación para
que los niños asistan a la escuela. Pero en ocasiones eso no basta para impedir
el abandono y deserción porque se hace cree necesario que los niños busquen un
trabajo que aporte mayores recursos al hogar. En estos casos, lo que es
evidente es que, frente al aumento de los costos familiares de educar a los
niños, hay una cierta incapacidad familiar para soportar el sacrificio y la
postergación de satisfacciones materiales. En otros casos, que no
necesariamente concluyen en abandono o deserción escolar, las familias no
logran comprender bien la relación entre la permanencia en la escuela y la
promesa de bienestar futuro, ni consiguen graduar expectativas y demandas con
relación a la escuela. En todos los casos, el factor común es una familia cuya
capacidad de formular y sostener un proyecto es relativa. Para ella, es difícil
afirmar el valor de la escuela y pronosticar un resultado educativo para sus
niños, que le exige a ella misma jugar un papel relevante en la construcción de
dicho resultado. Mantener altas expectativas educacionales, en este sentido,
significa confiar en la capacidad de la escuela y trabajar gradual y
prolongadamente en el apoyo a los aprendizajes en y desde el hogar.
Tres recomendaciones para una
escuela interesada en que sus alumnos aprendan
La
escuela, por su parte, requiere constituirse en una escuela de verdad. No es
tan obvio que se pueda llamar “escuela” a un edificio y organización donde hay
profesores y donde se enseñan contenidos que pueden ser aprendidos por los
alumnos.
a) Abandonar
la creencia de que la escuela es sólo un lugar para que los niños se formen
como personas: Hay una tensión entre la función y uso social de la escuela,
manifiesta sobre todo en sectores urbanos pobres: para muchas familias y
docentes, una buena escuela es aquella que satisface necesidades presentes
(seguridad, alimentación, compañía) aun cuando no logre buenos resultados en
términos de aprendizajes socialmente relevantes. Se puede comprender que las
familias conciban la escuela de este modo. Pero entre los profesores y directivos
de la escuela, ello debe ser cuestionado: ¿por qué debe aceptarse que la
escuela crea que su tarea es sólo contribuir a formar buenos hijos, esposos,
vecinos y ciudadanos, relegando de paso el objetivo de generar en los
estudiantes, los aprendizajes y las capacidades que la sociedad considera
fundamentales para la vida?.
b) Definir
y profesionalizar la organización de los procesos básicos de aprendizaje en la
escuela: La escuela para los pobres es mucho más que el lugar en que se
aprende, pero no cabe denominarla “escuela” si en ella no se aprende. Es la
posibilidad de enseñar con expectativas razonables de aprender lo que hace la
identidad de la escuela. Luego, para reconocerse como tal, es preciso que ésta
ponga al centro la preocupación por enseñar y lograr que los niños aprendan. Lo
anterior implica cierta “normalidad” que se traduce en:
Profesores
preparados y calificados para enseñar, que llegan todos los días a la escuela,
inician sus clases cuando el horario lo establece, siguen una planificación
construida racionalmente, desarrollan clases en un clima de aula y con una
estructuración que, por ejemplo, permite reconocer sus momentos básicos
(inicio, desarrollo y cierre), evalúan a sus alumnos e informan a las familias
oportunamente, de forma tal que éstas pueden apoyar los aprendizajes de los
niños. Alumnos que también llegan a la hora, asisten a las clases, siguen y
respetan reglas, desarrollan las actividades propuestas por el profesor,
cumplen con sus tareas y aprenden.
c) Organizar
sus procesos y recursos pensando en el aprendizaje de los estudiantes y también
de los profesores: Lo propio de una escuela es su capacidad de organizar una
relación pedagógica, que se hace realidad en el aprendizaje del niño o niña que
allí se educa. Esto supone un proyecto educativo que ordena su quehacer; un
director creíble, apreciado y capaz de movilizar a los docentes. Los
profesores, a su vez, están sinceramente interesados en que sus alumnos
aprendan. Para ello despliegan un conjunto de prácticas pedagógicas pensadas y
planificadas para articular las intenciones curriculares (el horizonte) con las
características socioeducativas de sus estudiantes (el punto de partida). Y
como esta tarea es muy compleja, se organizan espacios de discusión y análisis
de las prácticas de aula, sin otro ánimo que aprender de la experiencia y
mejorar sus resultados.
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