lunes, 10 de diciembre de 2012


Articulo 3
Luis Pastrán
Educación Diferencial 2010

7 sugerencias para mejorar los aprendizajes escolares desde el hogar y la escuela
Luis Navarro
Realidad educacional
Apuntes y opinión sobre política educativa y gestión escolar

La relación entre familia y escuela ocurre en el encuentro de los mundos donde el niño-estudiante se desarrolla. Es una relación sobre dos columnas: el rendimiento y la conducta. Y la escuela le pide a la familia que se preocupe de lo que desde el hogar se puede hacer para que el rendimiento escolar y la conducta de los hijos sea compatible con lo que la escuela espera y considera correcto para los procesos de enseñanza y aprendizaje.

La disciplina es casi siempre el punto de partida de la relación pedagógica de profesores y alumnos en el aula: sin un respeto mínimo al orden escolar y sin una figura de autoridad clara, la posibilidad de enseñar y generar aprendizajes se hace menos probable. Por tanto, un contenido indispensable de la relación “familia-escuela” es el significado de la disciplina en el hogar y la escuela. Cuando los estudiantes presentan buenos resultados, las demandas cotidianas hacia la familia se limitan a la asistencia a reuniones, el pago de cuotas y el control y apoyo en el hogar. Cuando los niños muestran una conducta difícil o su rendimiento es bajo, entonces la escuela demanda una mayor presencia para aconsejar primero y luego advertir de las consecuencias que puede tener este desempeño escolar no deseado.

 Cuatro recomendaciones para una familia interesada en que sus hijos aprendan en la escuela

Para una relación “familia-escuela” exitosa es necesario que ambos tengan muy claro lo que pueden hacer en sus propios ámbitos. Sin una distinción clara del campo de la escuela y la familia, no es posible que trabajen cooperativamente.  Dicho de otro modo, cuando el niño percibe con claridad qué es lo que puede esperar de la familia, sabrá también qué es lo que la familia espera de él como estudiante. Y lo mismo se puede decir de la escuela. Con excepción de algunas situaciones muy especiales, es un gran error que la escuela se haga cargo de las tareas propias del hogar y la familia.

El principal aporte que la familia puede hacer al aprendizaje de sus niños en la escuela, no tiene como lugar la escuela, sino el hogar. Su aporte vital es constituirse en una familia “fuerte” en el hogar. Es decir:

a)      Mostrar “buenos ejemplos adultos” que señalen a los niños la importancia del esfuerzo y la responsabilidad en las tareas; en la convivencia y en la forma de resolver conflictos y en la participación en las tareas del hogar: en la familia actual, los adultos deben competir con las figuras de los medios de comunicación y con la influencia de los compañeros, cuando se trata de mostrar modelos de vida buena. El necesario protagonismo de los adultos en este proceso, debe ser recuperado en el día a día, en la crianza; allí se proporciona a los niños, los modelos de rol (maneras de vivir y comportarse), convivencia y valores. Lo que es aceptable al interior de la familia tiende a servir de criterio inicial para legitimar o no lo que acontece fuera de ella (por ejemplo, el uso de castigos físicos, el mentir cuando no se alcanzó a terminar una tarea, etc.).

b)      Construir marcos estables de relación intra-familia: de modo complementario, la existencia de marcos estables y eficientes de relación intrafamiliar orienta al niño en la configuración de su subjetividad. La buena crianza necesita de figuras de autoridad y normas que regulen los comportamientos, premien las buenas acciones, discutan y sancionen las faltas. El niño necesita un andamiaje moral y emocional que, a la vez, es cognitivo porque todo saber implica una posición ante el mundo y los demás. Este andamiaje debiera orientar las relaciones del niño dentro y fuera de la familia, pero eso es dificultoso cuando las figuras de autoridad son difusas y cuando las normas varían constantemente. Por lo mismo, la “democratización” de la familia, cuando se confunde con ausencia de autoridad y normas de convivencia, resulta nociva. Es obvio que adultos y niños conviven en un espacio de relaciones asimétricas; más aun, el niño espera que los adultos se comporten de manera distinta e ilustrativa para él.

c)      Definir, respetar y cuidar rutinas importantes al interior del hogar: la definición de espacios y tiempos para el estudio, la participación sistemática en las labores del hogar y la clarificación de las condiciones en que el juego y el ocio se practican, son importantes para el desempeño escolar. Los niños de buena conducta y rendimiento en la escuela, generalmente tienen madres que han establecido rutinas y reglas que enmarcan el comportamiento del niño dentro y fuera del hogar. Esas madres conocen a los amigos cercanos, preguntan y/o saben dónde van los niños cuando no están en casa, controlan la hora de llegada de la escuela y cuando salen fuera, están atentas a lo que les ocurre en la escuela, los apoyan en las tareas en el hogar, se fijan en los programas de televisión que ven sus hijos y comparten con ellos durante el día, en lo posible durante el almuerzo o la cena.

d)      Insistir permanentemente en la importancia de la experiencia escolar; en trabajar duro y saber esperar por los resultados de este trabajo en el futuro de los hijos: en barrios de pobreza y situaciones de riesgo, la experiencia escolar tiene un valor presente que suele ser muy valorado y hasta suficiente para las familias y niños. La posibilidad de contar con un espacio seguro para los niños, donde además de aprender, juegan y se alimentan, es parte de la justificación para que los niños asistan a la escuela. Pero en ocasiones eso no basta para impedir el abandono y deserción porque se hace cree necesario que los niños busquen un trabajo que aporte mayores recursos al hogar. En estos casos, lo que es evidente es que, frente al aumento de los costos familiares de educar a los niños, hay una cierta incapacidad familiar para soportar el sacrificio y la postergación de satisfacciones materiales. En otros casos, que no necesariamente concluyen en abandono o deserción escolar, las familias no logran comprender bien la relación entre la permanencia en la escuela y la promesa de bienestar futuro, ni consiguen graduar expectativas y demandas con relación a la escuela. En todos los casos, el factor común es una familia cuya capacidad de formular y sostener un proyecto es relativa. Para ella, es difícil afirmar el valor de la escuela y pronosticar un resultado educativo para sus niños, que le exige a ella misma jugar un papel relevante en la construcción de dicho resultado. Mantener altas expectativas educacionales, en este sentido, significa confiar en la capacidad de la escuela y trabajar gradual y prolongadamente en el apoyo a los aprendizajes en y desde el hogar.

Tres recomendaciones para una escuela interesada en que sus alumnos aprendan

La escuela, por su parte, requiere constituirse en una escuela de verdad. No es tan obvio que se pueda llamar “escuela” a un edificio y organización donde hay profesores y donde se enseñan contenidos que pueden ser aprendidos por los alumnos. 

a) Abandonar la creencia de que la escuela es sólo un lugar para que los niños se formen como personas: Hay una tensión entre la función y uso social de la escuela, manifiesta sobre todo en sectores urbanos pobres: para muchas familias y docentes, una buena escuela es aquella que satisface necesidades presentes (seguridad, alimentación, compañía) aun cuando no logre buenos resultados en términos de aprendizajes socialmente relevantes. Se puede comprender que las familias conciban la escuela de este modo. Pero entre los profesores y directivos de la escuela, ello debe ser cuestionado: ¿por qué debe aceptarse que la escuela crea que su tarea es sólo contribuir a formar buenos hijos, esposos, vecinos y ciudadanos, relegando de paso el objetivo de generar en los estudiantes, los aprendizajes y las capacidades que la sociedad considera fundamentales para la vida?.

b) Definir y profesionalizar la organización de los procesos básicos de aprendizaje en la escuela: La escuela para los pobres es mucho más que el lugar en que se aprende, pero no cabe denominarla “escuela” si en ella no se aprende. Es la posibilidad de enseñar con expectativas razonables de aprender lo que hace la identidad de la escuela. Luego, para reconocerse como tal, es preciso que ésta ponga al centro la preocupación por enseñar y lograr que los niños aprendan. Lo anterior implica cierta “normalidad” que se traduce en:
Profesores preparados y calificados para enseñar, que llegan todos los días a la escuela, inician sus clases cuando el horario lo establece, siguen una planificación construida racionalmente, desarrollan clases en un clima de aula y con una estructuración que, por ejemplo, permite reconocer sus momentos básicos (inicio, desarrollo y cierre), evalúan a sus alumnos e informan a las familias oportunamente, de forma tal que éstas pueden apoyar los aprendizajes de los niños. Alumnos que también llegan a la hora, asisten a las clases, siguen y respetan reglas, desarrollan las actividades propuestas por el profesor, cumplen con sus tareas y aprenden.

c) Organizar sus procesos y recursos pensando en el aprendizaje de los estudiantes y también de los profesores: Lo propio de una escuela es su capacidad de organizar una relación pedagógica, que se hace realidad en el aprendizaje del niño o niña que allí se educa. Esto supone un proyecto educativo que ordena su quehacer; un director creíble, apreciado y capaz de movilizar a los docentes. Los profesores, a su vez, están sinceramente interesados en que sus alumnos aprendan. Para ello despliegan un conjunto de prácticas pedagógicas pensadas y planificadas para articular las intenciones curriculares (el horizonte) con las características socioeducativas de sus estudiantes (el punto de partida). Y como esta tarea es muy compleja, se organizan espacios de discusión y análisis de las prácticas de aula, sin otro ánimo que aprender de la experiencia y mejorar sus resultados.

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